Es raro, pero mi computador parece desocupado y se demora horas en terminar el análisis del antivirus... y más sorpresa me da cuando el número de archivos revisados son cientos de miles... Me pregunto entonces cuánta basura está ahí guardada, pues considero apenas unas decenas de archivos los vitales para mí.
Y entre los archivos vitales están las fotografías. Fotos de esos momentos que quise que quedaran mejor guardados para la posteridad, pero alguna mala cara, ojo cerrado, brillo de la piel, pose o simplemente ganas de molestar, no dejan que las mismas sean valoradas por este crítico de la fotografía sin tener la más mínima idea de ese arte.
Sin embargo voy y busco la foto más antigua que guardo digitalmente y encuentro que es una imagen escaneada de una foto tomada por alguien cuando apenas era yo un niño. Primero siento en el alma que no esté más conservada; la imagen está ciertamente borrosa y desenfocada, y un rayo de luz me ilumina, cual ángel caído del cielo en la película del ángel enamorado.
Pero rápidamente mi crítica se desvanece y llega el objetivo de la foto: un instante para siempre. Yo no me acuerdo de cómo lucía cuando era niño o adolescente. Mi memoria no sirve para eso, a menos que sea ayudada por una foto. El recuerdo funciona gracias a ellas.
Esa foto fue tomada en una fiesta. Una fiesta que parecía divertida. Se ven unos títeres atrás, muchas bombas, muchos niños con pantalones nuevos, niñas con vestidos rosas, blancos y azules... y yo, mirando a la cámara, sonriendo sin sonreir, pensando en que quiero ganarme la rifa y llevarme una buena sorpresa, no como la anterior, que no me sirvió para nada.
Y recordé entonces que me gané una rifa en el momento de terminar la fiesta... me entregaron la sorpresa de una vez y sin poder difrutar de nada, la fiesta terminó y adiós a todos. Era agradable vivir esas horas de tarde de sábado y todo el domingo, ya que el lunes tocaba "colegio". Y quería vivirlas lejos de la gente con quien compar´tia los 5 días más largos de la vida de todas las personas: lunes a viernes.
La rifa... era un juego de muebles de plástico, una sala bien completa, que traía hasta lámpara. Un juego de muebles de tamaño considerable, pues hasta las barbies de mi hermana podían tomar un té. La sorpresa: una motocicleta como de las de verdad, con motociclista incluído. Una moto bien comprada, una moto a escala...
Una sala y un motociclista con su moto. A esos pocos años ya tenía el prejuicio social de lo masculino y lo femenino. La sala de verdad era bonita... muy rococó para mi gusto, pero era bonita. Mi primera sala, mi primer temor de ser evaluado gracias a la equivocación de una madre de un cumpleañero que no pensaba nada más que dar regalos a diestra y siniestra... y buenos regalos, mejores de los que su hijo podía recibir en esa fiesta.
Y obvio que mi primera sala me enfureció, y tan pronto llegué a casa, se la dí a mi hermana para que jugara con sus muñecas. Obvio, mi motociclista era el dueño permanente de la misma. El era mi extensión en el mundo irreal de los juegos de las niñas.
Muchos años después, un día al recorrer la finca que teníamos cerca a la ciudad, encontré el sofá de la sala. Estaba sucio, desteñido, tirado por ahí junto a una cantidad de juguetes de mi hermana y míos. Y como por arte de magia, o como por efecto cinematográfico, me trasladé a mi niñez que terminaba rápidamente hasta que cualquier día, que fuí a una fiesta, nunca más volví a ganarme nada en una rifa ni a recibir sorpresas al final. Mi niñez se había ido....y me dí cuenta que para mí crecer dolió.
Durante mucho tiempo me sentí desplazado por no poder recibir sorpresas en las fiestas. Es una verdad que muchos tachan de atrevida y hasta de inmadura. Pero es que los helados no me saben igual; las vacaciones tampoco... ni siquiera entrar a un almacén de juguetes o ver una película de navidad...Reía inocentemente, corría igual, y no me importaba mojarme bajo la lluvia.
Ahora las cosas son tan distintas. Estoy hecho y preparado para sobrevivir. Yo mismo me gano mi comida, me compro mi ropa y me regalo mis cosas... y nadie mejor que yo para hacerlo. Ahora río de lo que me parece divertido; corro para coger un bus, evitar el peligro o mantenerme en forma; y veo primero mis zapatos antes que mojarme... si son baratos o viejos no dudo en hacerlo... si son caros y finos me toca intentar estar lo más seco que pueda.
Sin embargo, y para no terminar tergiversando mi realidad, mi niñez fue muy feliz, recibí muchos regalos y sorpresas tal vez más que la mayoría de mis amigos. Eso sí, siempre evalúo que era mejor ser niño que grande, pues no tenía qué preocuparme por nada sino por aprender el pasado pluscuamperfecto, la ubicación de los montes urales, el florero partido en 1810 o los nombres de los ministros de turno. Y nunca pensaba en el sexo, en el mantenerme en forma, en la remuneración salarial o en pagar la luz.
Hoy estoy escribiendo, recordando mis cosas y mis miedos, los cuales no escribí acá pues creo que son importantes para mí pero aburridos para ustedes. Y le escribo a esos desconocidos que son bastante interesantes. Esos que no me critican y si lo hacen, lo hacen como todos lo hacemos: sabiendo que muy probablemente al otro no le importa. Pero eso es lo que me gusta de esto...
2´564.896 archivos y va en el 76%... pero no borraré ninguna foto más, por más feo que haya quedado. La basura la debo buscar es por otro lado...